«La Muñeca de Trapo»

Alfonso Castellón

Investigador y Crítico de Arte

Recientemente se ha estrenado en la ciudad de Chillán, el Cortometraje: «La Muñeca de Trapo», del realizador audiovisual Edén Rodríguez, perteneciente al Equipo de Comunicaciones de la Dirección de Extensión de la Universidad del Bío-Bío. Una breve obra definitivamente de Cine de Autor, que se inscribe en una tradición de Cine de Terror Psicológico, con una marcada influencia expresionista. En una casa antigua, donde el silencio pesa más que las palabras, una muñeca olvidada se convierte en el epicentro de una inquietud que no necesita gritos para hacerse sentir. Edén Rodríguez, con una mirada contenida y pulso firme, construye un cortometraje que no busca el sobresalto, sino la incomodidad persistente que nace de lo cotidiano.

Desde sus primeros fotogramas, la obra se sumerge en una atmósfera desaturada, como si el tiempo se hubiese detenido en un recuerdo que no quiere ser recordado; esta estética inicial no es solo una elección visual, sino una declaración filosófica: el pasado, con sus sombras, aún respira en los objetos que nos rodean. La narrativa avanza sin prisa, como quien camina por una casa que conoce pero teme redescubrir; con adecuado uso de sombras profundas, encuadres cerrados y distorsión espacial, potenciando la representación de estados mentales alterados; acto seguido, la imagen se aclara, la luz se abre paso, pero la amenaza no desaparece. Al contrario, se disfraza de normalidad, destacando una imagen opresiva, estilización visual y un magistral tratamiento del tiempo como experiencia subjetiva, en donde, efectivamente la maestría de este realizador, pareciera ser abrazar una estética y un modo de construir absolutamente deleuziano («imagen-tiempo»), rompiendo con la lógica de la acción y el movimiento lineal, lo que da paso a un tiempo subjetivo-emocional que se vuelve visible y autónomo; aquí, el tiempo no está subordinado a la acción, sino que se convierte en protagonista, permitiendo que el espectador reflexione, se afecte, se desoriente, y se conecte con lo que no puede ser dicho ni narrado fácilmente. Deconstructivamente, esta magistral pieza, desestabiliza la cronología y abre espacio a lo indecible, lo ambiguo, lo afectivo, cuestionando la idea que el tiempo debe ser funcional, lineal o progresivo; definitivamente la maestría de este artista, es invitar a pensar esta realización desde un tiempo fragmentado, que puede repetirse, dilatarse o desaparecer.

En general, la obra nos sitúa en una crítica simbólica al trauma, la memoria y la fragilidad de la identidad humana, para ello, utiliza símbolos visuales y narrativos para construir significados profundos. La Muñeca de Trapo representa la inocencia perdida, la vulnerabilidad y la memoria reprimida; su propia materialidad (trapos) sugiere algo frágil, desechable y hasta olvidado. El entorno claustrofóbico acentuado por encuadres que limitan el campo visual y el giro lento de la cámara que no filma sino que espía, contribuye a dar la sensación de vigilancia y peligro; su paleta cromática, de sutiles tonos, refuerza la idea de un espacio mental atrapado, donde los recuerdos traumáticos se manifiestan como presencias fantasmales; aquí, el uso del terror no es solo estético, sino semiótico: el miedo funciona como signo de lo reprimido que retorna, trabajado con armonía, evitando el Gore explícito, centrándose en el miedo como experiencia interna, construyendo tensión a través de lo sugerido más que lo mostrado. La producción, ciertamente desestabiliza las oposiciones binarias tradicionales: realidad v/s fantasía, cuestionado la frontera entre lo real y lo imaginario; la infancia v/s adultez, la muñeca, como objeto infantil aparece en un contexto adulto y perturbador, desarmando la idea que la infancia es un espacio seguro; presencia v/s ausencia, la muñeca es un objeto cargado de significados culturales en donde en su forma más básica, representa la infancia y la ternura , sin embargo, en el contexto de terror se transforma en ausencia emocional o histórica, aun cuando está presente físicamente, puede leerse como el regreso de un trauma infantil, una culpa enterrada y una parte de la identidad que se resiste a desaparecer.

El cortometraje se desarrolla en un entorno doméstico, ligado a un imaginario de algo seguro, sin embargo, es perturbador: denota «hogar» pero, connota «encierro», olvido y aislamiento; aquí, la casa funciona como un signo de la psique del personaje: la madre…, con una connotación asociada a la ternura y contención, sin embargo, aquí perturbada hasta lo indecible; cada rincón representa una parte de su memoria, sus miedos y sus deseos reprimidos. Los movimientos, miradas y silencios de los personajes son signos no verbales que comunican y Rodríguez los convierte en «texto» que revela el conflicto interno; gestos tensos para el miedo, la resistencia, advertencia de peligro; miradas evasivas de negación, culpa, trauma. De esta forma, el tiempo narrativo, con sus leves analepsis implícitas permiten transportar al espectador al pasado, proporcionando contexto, y a entender las motivaciones, conflictos y demás antecedentes, subrayando una temporalidad subjetiva que, Edén Rodríguez lo logra con maestría.

Su cromática inicial además de ser desaturada, con predominio de tonos fríos, grises y ocres, que refuerza la sensación de abandono, deterioro y melancolía se acompaña con un ritmo pausado, planos iniciales lentos y contemplativos que nos sugieren recuerdos a modo de pequeños flashback implícitos que nos comunica traumas y perturbación; cambiando a tonos claros y naturales, logrando una estética realista, introduciendo al espectador en la cotidianeidad de los personajes, casi a modo de documental, lo que a su vez hace que los elementos de terror o tensión destaquen cuando aparecen y que claramente hablan de un cambio de tiempo (del pasado al presente); de estado emocional (de tristeza a calma); de percepción (de lo subjetivo a lo objetivo), todo con un diseño de producción austero, con espacios cuidadosamente vacíos pero llenos de símbolos, deterioros, superficies rugosas, telas desgastadas de colores olvidados y maderas envejecidas, aportando una dimensión táctil que intensifica la atmósfera.

El sonido es trabajado como texturas; así, crujidos, susurros y silencios prolongados funcionan como capas emocionales. El sonido no acompaña la imagen, la contradice o la intensifica contribuyendo a que la presencia espectral de la muñeca de trapo, funcione como símbolo abierto; no se mueve, se siente, colaborando en la estética de lo ominoso (heimlich, parafraseando a Freud), donde lo inanimado adquiere su propia agencia. De esta forma, La Muñeca de Trapo, se construye como una pieza plástica más que narrativa; cada plano es una pintura emocional, cada sonido una pincelada de angustia. El cortometraje no busca contar una historia, sino invocar una sensación, y lo hace a través de una estética cuidada, simbólica y profundamente inquietante. Esta es su principal fortaleza precisamente, con un uso muy expresivo de la luz, el color y el sonido, economía narrativa que invita al espectador a completar el sentido. Insistir en el formidable manejo sincrónico del tiempo es potenciar su acento subjetivo, tan bien tratado; el tiempo narrativo se desacelera en momentos claves, creando pausas que permiten habitar el miedo; toda la secuencia narrativa está centrada en un montaje introspectivo, las transiciones entre escenas no obedecen a una lógica causal o efectiva; el montaje sugiere estados mentales más que acciones físicas. Su atmósfera es de encierro y sensorialidad, construida para transmitir claustrofobia.

Finalmente, esta producción destaca por su coherencia estética y su capacidad para generar tensión con recursos limitados. Su progresión narrativa, sin embargo, puede resultar demasiado pausada lo que diluye la tensión en ciertos momentos, aún cuando esta lentitud y carencia puede interpretarse como parte del «estilo contemplativo» de su director Edén Rodríguez, no obstante, se pierde intensidad dramática en algunas escenas que podrían beneficiarse de mayor expresividad. A pesar de lo anterior, su fuerza reside en lo que se sugiere, en lo que no muestra y en cómo convierte lo cotidiano en una amenaza. Es una obra que, con sus silencios, sus planos cerrados y una muñeca inquietante, logra perturbar sin necesidad de estridencias.

Edén Rodríguez, en definitiva, se revela como un artista creador de una sensibilidad estética notable y una comprensión profunda del lenguaje cinematográfico, especialmente dentro del género del Terror Psicológico. Mantiene un control del ritmo y montaje con edición adecuada y precisa, con una cadencia que favorece la tensión progresiva; no hay cortes innecesarios ni sobrecarga de estímulos; se privilegia la atmósfera sobre el impacto inmediato y la imagen la trata como un lienzo, donde la luz, el color y la composición construyen sentido. La composición en general de los planos, resultan con intención pictórica; muchos encuadres parecen pensados como cuadros: simétricos y con profundidad de campo controlada y una atención especial al espacio negativo. Esto sugiere una influencia de la pintura o la fotografía artística en este realizador.

Solo se puede agregar, que este realizador se perfila con una voz visual definida que apuesta por el Minimalismo Expresivo y la atmósfera emocional por sobre el efectismo. Su trabajo en La Muñeca de Trapo, revela una madurez estética que lo posiciona como un creador a seguir, dentro del Cine de Autor y el género de Terror Psicológico. Desde una mirada filosófica, Edén Rodríguez se sitúa en una corriente cercana al Existencialismo (angustia, soledad, el abandono, la memoria y el vacío emocional)y al Realismo Simbólico (la muñeca es: «una cosa-en-si»… heideggerianamente, que revela una dimensión oculta en la existencia), con influencias del Pensamiento Fenomenológico aplicado al cine (el silencio y la introspección de los personajes que evocan angustia y aislamiento… recordando el decir de Sartre y Kierkegaard), el ser humano enfrentado a lo abyecto, a lo que perturba el orden y que se ve obligado a mirar de frente aquello que ha reprimido. La muñeca no es solo un objeto: es una presencia, una memoria, una herida. Rodríguez no recurre al fantástico explícito ni al horror sobrenatural, esto es lo que lo acerca al Realismo Simbólico, donde lo ordinario se convierte en portador de significados profundos, acentuando esto en lo austero y en la economía visual: lo que se muestra es menos importante que lo que se sugiere; no necesita monstruos ni sangre. Basta con una casa, una muñeca, y el silencio que revela lo que las palabras no pueden decir. La Muñeca de Trapo, es una pieza de cine que, desde su austeridad, logra pertubar, interpelar y permanecer.

Bravo…! para Edén Rodríguez, su realizador y artista en la construcción de «pensamiento con imágenes» (parafraseando a Deleuze), y por lograr que tanto el montaje y la elipsis estén ejecutados con tal virtuosismo que el tiempo se convierte en el eje emocional del relato, demostrando con ello este artista realizador, un manejo en la arquitectura temporal del cortometraje que revela una comprensión profunda del lenguaje cinematográfico.